Siempre es bueno voltear la vista al pasado, es una forma de buscar respuestas para explicar o, al menos, entender el presente.
Hoy, movido por la abulia de una plomiza tarde, tomé en mis manos varios ejemplares de la centenaria revista Bohemia de la década de los años ´50 del pasado siglo.
Mucho me hizo reflexionar, una vez más, sobre aquellos ya lejanos tiempos que, por fortuna, el pueblo cubano ha dejado atrás hace más de cinco décadas, sobre todo los sectores que conformaban las amplias masas explotadas, las manipuladas por promesas electorales, las olvidadas por todos los “gobiernos” republicanos, los arrojados por la Guardia Rural a los caminos con sus magras pertenencias, sin compasión, sin pudor alguno aunque entre los que quedaban abandonados a su suerte hubieran ancianos, mujeres y niños.
Son conmovedoras, a la luz de nuestros días y realidades, los testimonios gráficos de aquellas páginas que invito a consultar por si existe algún rastro de dudas entre los lectores.
Una de las más ilustrativas eran las páginas que escribía el prestigioso periodista Guido García Inclán bajo el título de “En la Feria de la Actualidad”. Lo de “Feria” era un eufemismo, pues la folia estaba conformada por una galería de imágenes y pedidos de auxilio de personas de todos los confines del país clamando por la ayuda de creyentes y personas de buena voluntad dispuestas a realizar donaciones para resolver su caótica y miserable situación, primando sobre todo, las vinculadas a la solución de enfermedades, en numerosos casos de infantes. Aparecían además, los nombres o instituciones que realizaban los donativos con fines caritativos.
En un ejemplar, tomado al azar, de fecha julio de 1951, me sorprenden varias fotos de niños discapacitados, de personas con malformaciones, algunos sin piernas, niños con síndrome de Down; otros que solo podían moverse arrastrando su cuerpo como reptiles por no disponer, siquiera, de una silla de ruedas o un par de muletas para paliar su desdicha.
Parafraseando aquello de que vale más una imagen que mil palabras, les pondré el ejemplo de una colecta que se estaba realizando para que Zulema, una jovencita cubana, pudiera ir a atender su dolencia a la Clínica neoyorkina de los Hermanos Mayo porque acá no tenía la atención requerida. Otra, donde aparece la foto de René Chaves, un famélico niño de once años cuya madre no podía mantener a sus tres hijos y “rogaba por ayuda porque su hijo René quería jugar pero no puede con su pierna seca. Su hijo –dice- todos los días llora desconsoladamente porque no quiere llegar a ser un hombre inútil”.
Pensativo, continué la lectura y, coincidentemente, pasó por mi vista el nombre de mi ciudad. Me detuve y leí con atención la nota que anunciaba la donación hecha por el bar La Caridad, de Morón, dirigida a Paula Sánchez Zamora, en esos momentos recluida en el hospital Reina Mercedes, para que pudiera costear el Gloromicetina, medicamento necesario para su recuperación. Curiosas resultaban las palabras ¡Arriba corazones! que cerraban muchos de los casos expuestos por García Inclán con la pretensión de conmover, movilizar la espiritualidad y la solidaridad humana que es tan dada a los cubanos.
Luego, volteé la página y continué hojeando, reflexivamente, hoja por hoja sin poder apartar de mi memoria los sufrimientos de aquellos seres que no tuvieron siquiera la preocupación de los gobiernos de turno por amainar en lo posible sus calamidades, y por extensión las de las grandes masas populares que, cansadas ya de abusos, asesinatos, fraudes electorales, por solo citar algunos males de esa convulsa época, fueron capaces de incorporarse al proceso revolucionario encabezado por Fidel Castro que dio al traste con los desmanes que hoy comparto.
No podemos olvidarnos de la historia, más aún en los momentos actuales cuando la mayor parte del pueblo cubano no vivió esa experiencia y es posible que la vea como algo lejano, irreal y fuera de contexto, en tiempos en los que se nos quiere hacer creer, por ejemplo que Fulgencio Batista era casi un señor angelical, olvidando los miles de muertos que dejó su tiranía, sin embargo, aunque cruda, es la verdad histórica.
Llegado a este punto recuerdo a mi abuela Casilda. Nacida en los finales del siglo XIX vivió para ver nacer la Revolución; así, transitó por toda la República neocolonial, llena de estrecheces y al cuidado de sus cinco hijos.
Una noche hablaba Fidel, explicaba al pueblo cubano, donde proliferaba el analfabetismo, detalle a detalle aspectos del proyecto revolucionario que iniciaba en unión del pueblo, precisamente, de la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Habló el líder entonces de enseñar a leer y a escribir a todo el pueblo, sin distinción de sexo, raza, nacionalidad, credo ni edad.
Escuchó entonces al Jefe de la Revolución cubana cuando pronunció “No le digo al pueblo cree, le digo al pueblo lee”. Entonces, movida como por un resorte exclamó: “ese sí sabe lo que hace, pues un pueblo que no sepa leer ni escribir no puede comprender lo que ocurre ni entender los cambios, seguirían enquistados como hasta ahora”. Vendría, entonces, la alfabetización como uno de los hechos culturales más importantes del proceso.
Camino mi ciudad a diario; disfruto observando el andar libre y el carácter solidario y abierto de nuestro pueblo. Quedo satisfecho cada día cuando, luego de rendir mi jornada matutina, paso por la escuela primaria por cuyo frente debo transitar diariamente al volver a mi hogar. Casi siempre coincide con la hora de salida de cientos de pequeños de uniforme rojo y blanco y pañoletas azules y rojas, de edades que oscilan entre los cinco y los diez años.
Entonces no puedo más que contemplar la magnitud de la obra de la Revolución. Prosigo mi camino y pienso en los miles de escuelas de todo tipo, incluidas las especiales, donde aprenden a leer y a escribir los discapacitados: sordos, ciegos, autistas… Pienso en los incorporados a asociaciones como la ANCI, la ACLIFIM, la ANSOC y mi memoria retorna al recuerdo del famélico niño René de la añeja Bohemia. Seguro que de haber vivido hoy, sería un hombre útil como soñaba, ya no tendría que sollozar porque le dieran una caritativa oportunidad en la vida para mostrar sus potencialidades, ni madres como la suya tendrían que suplicar por caritativas ayudas; tampoco García Inclán necesitaría escribir “En la Feria de la Actualidad”.
Sin embargo, y para ser objetivos, dejo claro que, como dice el texto de la conocida canción de Pablo Milanés, no vivo en una sociedad perfecta. Vivimos, eso sí, en una sociedad que ha tratado de llevar adelante un proyecto inclusivo, por el pueblo y para el pueblo, pese a todas las limitaciones objetivas y subjetivas que se puedan alegar. En fin, no es perfecta pero, como toda obra humana, sí es perfectible.
Así, pensando, transcurrió mi día y al caer la noche consideré que el mejor mensaje estaba precisamente en las palabras de Fidel, le decimos al pueblo lee, a lo que yo le agregaría: mira tu entorno, valora, observa y VE, pues la obra está ante nosotros y por lo común que puede resultarnos, sería una soberbia injustica padecer de ceguera.
Antonio dijo:
ResponderEliminar............Feliz Navidad y un Prospero ano Nuevo.
Leoipa responde:
ResponderEliminarAntonio, respetamos sus criterios y nos satisface que usted tenga en cuenta SIN RODEO, aunque discrepe del contenido de algunos materiales. Nos gustaría que ud, se dirigiera a la columna derecha del blog y se comunicara con nosotros a través del espacio designado como Contacte con nosotros. Quizás por esa vía pudiéramos esclarecer algunas de sus inquietudes. Esperamos siga visitando esta publicación.