
Para el joven Roberto Rodríguez la Sierra Maestra era sinónimo de Fidel. Lo único que sabía era que allí había un grupo de barbudos, con una especie de deidad al frente, que luchaban por cambiar la situación del país y por esa razón decidió irse al encuentro de tal aventura, que luego se convirtió en historia y más tarde en leyenda. El también sufrió las metamorfosis de la epopeya, pues llegó como un joven trotamundo y partió hacia la posteridad como un capitán invencible, jefe de un Pelotón Suicida.
“Yo vi a Roberto por primera vez cuando acababa de llegar a la Sierra Maestra –me dijo Celia Sánchez en una de las entrevistas que le realicé en la Oficina de Asuntos Históricos, para el libro que entonces escribía, El jefe del Pelotón Suicida-. Llegó con otro compañero, ambos desarmados y extenuados. Andaba sin zapatos y con una camisa a cuadros. Los únicos zapatos que existían en aquel momento eran unas boticas mexicanas grabadas en blanco que yo tenía. Se las entregué y le quedaron ajustadas. Sus pies eran pequeños como su estatura”.