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miércoles, 12 de agosto de 2015

La estrella que faltará en la bandera de Estados Unidos

Este viernes el secretario estadounidense de Estado, John Kerry, encabezará la ceremonia para enarbolar la bandera en la embajada de su país ante Cuba, con lo cual se pone fin a las formalidades para el restablecimiento de relaciones, anunciado el 17 de diciembre pasado por los respectivos presidentes de ambas naciones.

Se trata sin dudas de una ocasión histórica, no sólo por la presencia en suelo cubano de un Secretario de Estado del vecino del norte tras el triunfo de la Revolución, sino porque pone fin a una anomalía en las relaciones hemisféricas iniciada cuando Washington decidió de manera unilateral poner fin a los vínculos diplomáticos el 3 de enero de 1961.

Se ha dicho, y conviene repetirlo, que la reanudación de los nexos bilaterales no es concesión gratuita, ni generoso regalo de la mayor potencia económica y militar del planeta, sino fruto de la resistencia de este pueblo a todo tipo de agresiones, que incluyen un brutal bloqueo económico, comercial y financiero, sabotajes y actos terroristas que dejaron miles de víctimas, entre muertos y heridos.

Es precisamente gracias a esta decisión de la Revolución Cubana, que en la bandera estadounidense que ondeará en La Habana a partir del viernes hace falta, y seguirá faltando, una estrella, la que según la codicia acumulada durante casi dos siglos de historia en la nación norteña debería corresponder a Cuba.

Fue en fecha tan temprana como el 28 de abril de 1823 que el entonces Secretario de Estado, y después presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams, trasladó al terreno de la política la Ley de la Gravedad de Isaac Newton. Estas fueron sus palabras exactas: “...hay leyes de gravitación política, como leyes de gravitación física, y Cuba, separada de España, tiene que gravitar hacia la Unión, y la Unión, en virtud de la propia ley, no iba a dejar de admitirla en su propio seno. No hay territorio extranjero que pueda compararse para los Estados Unidos como la Isla de Cuba”.

Hablamos de 30 años antes del nacimiento de José Martí, y de 45 previos al inicio de la guerra de independencia del yugo español, y ya desde entonces Estados Unidos codiciaba a Cuba, por su posición geográfica, su clima y su fértil suelo.

Más aún, el antecesor de Quincy Adams en la presidencia del país norteamericano, James Monroe, autor de la desafortunada doctrina que lleva su nombre y se resume en la fórmula de “América para los americanos”, dijo a propósito de Cuba, y cito: “Agregar Cuba era lo que necesitaban los Estados Unidos, para que la nación americana alcanzara el mayor grado de interés...Siempre la miré como la adquisición más interesante para nuestro sistema de estado”.

Cuando Martí era sólo un destello en los ojos de la historia, cuando ser nación era la semilla de un sueño, ya existía la codicia por Cuba en Estados Unidos. Un dato interesante para quienes piensan que el diferendo entre los dos países nació el 1 de enero de 1959 y su causa fue la Revolución triunfante. Nada más lejos de la verdad.

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