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martes, 9 de julio de 2013

Parlamento cubano: Otro revés para el secretismo

En la medida en que el presidente Raúl Castro se adentraba en lo que él calificó como “el tema central de su intervención” en la clausura de la primera sesión ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, más gratificado y comprometido me sentía como periodista.

Pensaba en lo difícil que resultaba para un estadista reconocer públicamente que en el país que dirige hay un preocupante deterioro de valores morales y cívicos.

Mientras encomiaba la valentía, el sentido de la responsabilidad y de la utilidad de su denuncia de los vicios que hoy alimentan la indisciplina social en Cuba, no podía dejar de pensar en aquellos episodios de menos trascendencia  que se erigen en coto de silencios y omisiones por parte de algunos funcionarios públicos.



¿Es que acaso – me preguntaba – la información sobre un accidente de tránsito, brotes de dengue o de cólera, cables submarinos o cualquier otro tema de los que habitualmente se quiere hacer un tabú, puede ser más “inconveniente” para la imagen del país que reconocer cuánto hemos perdido en valores como sociedad?

Porque el secretismo no es solo escamotear los datos que el periodista necesita para elaborar una información de interés público. Es también impedir que se aborden temas sensibles que la sociedad necesita debatir no para debilitar, sino para fortalecer su salud como proyecto compartido.

Secretismo es también tratar de hacer ver que vivimos en una sociedad perfecta, cuando sus matices y contradicciones apuntan a la necesidad de perfeccionarla y rectificar el rumbo que se ha torcido en ese viaje interminable en que cada meta es un nuevo punto de partida hacia una sociedad más justa y más próspera.

Resulta gratificante para todos, y especialmente para los periodistas cubanos en vísperas de su IX Congreso, que el presidente Raúl Castro haya vuelto a dar otra señal a los censores trasnochados y a los “secretistas” recalcitrantes: no hay asunto que concierna a los ciudadanos, por duro que parezca, que no amerite ser abordado públicamente, siempre y cuando su tratamiento prevenga, alerte, nos mueva a reflexionar y a actuar.

De su discurso, cada cual puede hacer las lecturas y las inferencias que más se ajusten a sus percepciones éticas o profesionales. Yo prefiero interpretarlo, además, como un gesto que confirma la necesidad y la utilidad de un periodismo sin cortapisas en la Cuba de hoy.

Cuando hoy todavía muchas puertas se cierran o apenas se entreabren ante el imperativo de divulgar o discutir a fondo problemas que nos afectan como sociedad, resulta alentador que la máxima autoridad del país abra la suya para dar paso a las opiniones y a la acción comprometida de sus conciudadanos.

(Cubaperiodistas.cu)

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