(Tomado de TV Camaguey)
A diario las agencias, los noticiarios y todo tipo de medios de comunicación informan acerca de los miles de millones de dólares que cuestan a Estados Unidos y sus aliados, las guerras que mantienen en diversas áreas.
Y todo para qué, podría preguntar el ciudadano promedio de Washington, Roma, Paris, Londres o Bruselas. A fin de cuentas las tropas se han estancado en una especie de círculo vicioso, de callejón sin salida donde quienes sufren todo el rigor de los combates son los civiles.Sobre estas víctimas colaterales caen misiles, bombas y el abuso de fuerza de los soldados ocupantes, que ven en cada esquina un enemigo, en cada sonido la explosión de un ataque suicida. Muchas veces no distinguen a niños, ancianos o mujeres de los combatientes de la resistencia; como no pueden diferenciar un hospital, una mezquita o una escuela, de un búnquer rebelde.
Podría preguntar de nuevo mi acucioso ciudadano: ¿no dicen Obama, Berlusconi, Sarcosy y el resto de los gobernantes de ese selecto grupo, que la crisis econòmica global obliga a recortes presupuestarios nunca antes aplicados? ¿No crece el desempleo por el cierre de cientos de fábricas debido al no financiamiento? ¿No se reduce el Producto Interno Bruto (PIB) de las potencias hasta niveles muy cercanos al desastre?
Imagino el gesto de cualquiera de los mandatarios de la Organización de Tratados del Atlántico Norte (OTAN), que muy dispuestos han enviado miles de toneladas de bombas y oleadas de aviones no tripulados, a eliminar el terrorismo y salvar vidas, en países amenazados por el ¨desorden¨ y la ¨falta de democracia¨.
Simplemente, fruncirían los labios, encogerían los hombros y pondrian las palmas de las manos abiertas hacia afuera, para graficar de manera inobjetable lo que hasta el más lerdo sabe de antemano: que no tienen respuesta.
Las multitudinarias marchas en España y otros países amenazan con convertirse en un maremoto de desposeídos que, mientras sufren penurias como nunca antes; ven que no cesa el reclutamiento de soldados para enviar a naciones que apenas pueden señalar en un mapa, mucho menos conocer qué sistema político tienen, que religión profesan sus habitantes o cuáles son las costumbres de esas sociedades.
Los mismos ,– aunque los grandes medios traten de ocultar o minimizar el hecho –, ven regresar en ataúdes cerrados a miles de compatriotas que no fueron víctimas del terrorismo, sino de gobernantes incapaces y viciados por un odio irracional; cuando no ciegos por oscuras ambiciones geopolíticas, que nada tienen que ver con la falacia de salvar al mundo.
Esos que marchan pacíficos pero tenaces, y resisten los chorros de agua, las porras, las balas de goma, los gases lacrimógenos y la cárcel; tienen bien abiertos los ojos a una realidad que los golpea en el estómago propio y en el de sus hijos, que los lacera quizás más profundamente en la dignidad, ese atributo que no pueden ver quienes desde las altas sillas del poder trazan a su capricho los destinos de millones.
Podría preguntar de nuevo mi acucioso ciudadano: ¿no dicen Obama, Berlusconi, Sarcosy y el resto de los gobernantes de ese selecto grupo, que la crisis econòmica global obliga a recortes presupuestarios nunca antes aplicados? ¿No crece el desempleo por el cierre de cientos de fábricas debido al no financiamiento? ¿No se reduce el Producto Interno Bruto (PIB) de las potencias hasta niveles muy cercanos al desastre?
Imagino el gesto de cualquiera de los mandatarios de la Organización de Tratados del Atlántico Norte (OTAN), que muy dispuestos han enviado miles de toneladas de bombas y oleadas de aviones no tripulados, a eliminar el terrorismo y salvar vidas, en países amenazados por el ¨desorden¨ y la ¨falta de democracia¨.
Simplemente, fruncirían los labios, encogerían los hombros y pondrian las palmas de las manos abiertas hacia afuera, para graficar de manera inobjetable lo que hasta el más lerdo sabe de antemano: que no tienen respuesta.
Las multitudinarias marchas en España y otros países amenazan con convertirse en un maremoto de desposeídos que, mientras sufren penurias como nunca antes; ven que no cesa el reclutamiento de soldados para enviar a naciones que apenas pueden señalar en un mapa, mucho menos conocer qué sistema político tienen, que religión profesan sus habitantes o cuáles son las costumbres de esas sociedades.
Los mismos ,– aunque los grandes medios traten de ocultar o minimizar el hecho –, ven regresar en ataúdes cerrados a miles de compatriotas que no fueron víctimas del terrorismo, sino de gobernantes incapaces y viciados por un odio irracional; cuando no ciegos por oscuras ambiciones geopolíticas, que nada tienen que ver con la falacia de salvar al mundo.
Esos que marchan pacíficos pero tenaces, y resisten los chorros de agua, las porras, las balas de goma, los gases lacrimógenos y la cárcel; tienen bien abiertos los ojos a una realidad que los golpea en el estómago propio y en el de sus hijos, que los lacera quizás más profundamente en la dignidad, ese atributo que no pueden ver quienes desde las altas sillas del poder trazan a su capricho los destinos de millones.
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