.Mensaje del compatriota René González desde una prisión en Estados Unidos
Una
incomunicación temporal me forzó a guardarme las palabras de recordación que
debo a esa mujer con mayúsculas que fue Sara González. Los días transcurridos
hasta el restablecimiento de este vínculo con el mundo no pueden ser excusa
para que deje de transmitirlas ahora.
A veces me
he preguntado si acaso los fundadores de la Nueva Trova tienen
idea exacta de lo que hicieron por nosotros, la generación de sus hermanos
menores. Para quienes recordamos proezas como Girón, la Crisis de Octubre o la Campaña de Alfabetización
como en una nube de memorias difusas, en que se mezclan confusamente recuerdos
verdaderos y leyenda épica, las canciones de aquellos jóvenes fueron como un
aglutinante que nos transmitió la esencia de los hechos; lo que equivale a
decir su espíritu.
Dotada de
una voz cuya fuerza hubiera sido suficiente para ser única, Sara fue más allá
para entregar en cada nota un sentimiento cuya autenticidad es sólo privilegio
de la más absoluta sinceridad.
Esa misma
voz me respondió al teléfono la última vez que hablamos, semanas atrás. A pesar
de todos los malos presagios, Sara se las arregló para timarme, y con la misma
fuerza y los mismos sentimientos el sonido de sus palabras me llenó de
esperanzas, y albergué la ilusión de que en esta ocasión no se me escaparía la
oportunidad de darle un abrazo, a ella, y en ella a todos los que se nos han
ido yendo en estos largos años sin que pudiéramos expresarles, en ese simple
gesto, toda la admiración y el cariño que con su ejemplo sembraron en nosotros.
Hoy ella se
ha ido físicamente, como ellos, para fundirse para siempre en los recuerdos del
pueblo generoso y agradecido del que soy parte. Aunque quedó pendiente ese
abrazo me queda el consuelo de haberla animado y el honor de haber sido animado
por ella. Era imposible que actuara de otra forma quien enfrentó sus últimos
días como los héroes que inspiraron sus canciones.
Aunque,
valga decirlo: Sara no necesitaba paradigmas. Su mejor paradigma fue ella
misma, y fue digna de sí hasta el final.
Ondea en
paz, Sara González.
Con cariño.
René
González Sehwerert
4 de
febrero de 2012
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