Obama mintió: “en no más de un año se cerrará el penal de la Base Naval de Guantánamo”
El 22 de febrero del 2009, a los dos días de
arrancar su mandato, Barack Obama, firmó un decreto presidencial que obligaba a
cerrar “no más de un año después de la fecha de esta orden”, el penal ubicado
en la base naval que Estados Unidos abrió en Cuba en 1903.
La promesa caducó en
febrero del 2010. Siguen ahí 171 personas, sin que se les formulen cargos ni
hayan sido puestas a disposición judicial. De todos los presos, el Departamento
de Justicia consideró en el 2010 que “sólo” 48 deben permanecer en prisión
indefinida sin que se les formulen cargos ni hayan sido puestas a disposición
judicial…
Hay aniversarios que se
festejan, otros que se lloran, que emocionan. Los hay que sonrojan. “He oído cosas aquí que me
recuerdan a los nazis. Esto no es EE.UU.,
al menos no es la América
que yo soñé”.
El comentario surge del
público que asiste a un acto del Centro por los Derechos Constitucionales
(Center for Constitucional Rights) en el Brecht Forum de Nueva York. Una más de
las citas con vistas al 10.º aniversario
-el miércoles- de la apertura del centro de detención de Guantánamo, símbolo de la vulneración
de los derechos humanos durante la Administración de George W. Bush tras los
atentados del 11-S.
Barack Obama, su sucesor en
la Casa Blanca,
no sale mejor parado en las opiniones expresadas en este púlpito de la
izquierda estadounidense. Les ha defraudado. El 22 de febrero del 2009, a los dos días de
arrancar su mandato, firmó un decreto presidencial que obligaba a cerrar “no
más de un año después de la fecha de esta orden”, el penal ubicado en la base
naval que EE.UU. abrió en Cuba en 1903.
La promesa caducó en
febrero del 2010. Siguen ahí 171 personas, sin que se les formulen cargos ni
hayan sido puestas a disposición judicial. De todos los presos, el Departamento
de Justicia consideró en el 2010 que “sólo” 48 deben permanecer en prisión
indefinida sin opción de ir a un tribunal. La medida se justifica bajo la
apelación de documentación secreta, vetada, porque supondría dar publicidad a
información restringida.
No son pocos los que, tras ese planteamiento, no ven
más que un eufemismo para ocultar una acción desproporcionada que carece de
motivación legal. De una población de 779 residentes que llegó a haber, unos
600 fueron liberados de la misma manera que los detuvieron. Según datos de
diversas organizaciones, sólo seis han recibido condena o la han pactado tras
comparecer ante una comisión militar.
Entonces, cuando se conoció
ese informe del Departamento de Justicia, había 196 detenidos, bastantes en
régimen de aislamiento. Escasamente una veintena han conseguido abandonar el
recinto en estos casi dos años. Hoy, de los 171 que quedan, a 89 se les ha
aprobado la transferencia a su casa o un tercer país. Pero siguen en la isla.
La Administración
carece de prisa por acabar, en la mayoría de los casos, con diez años de
confinamiento.
“Mi abuela me preguntó qué
hacía yo trabajando en un lugar donde encarcelan a musulmanes”, confiesa Ramzi
Kassem, de origen libanés, profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY)
y defensor desde el año 2006 de una docena de detenidos. Ha viajado 40 veces a
Guantánamo, al principio cada dos meses. “Viví en Iraq, en Siria, en Jordania,
países donde vi cosas de regímenes totalitarios que también estoy viendo aquí”.
Kassem entiende y justifica el desengaño con el presidente Obama, cuya elección
en noviembre del 2008 incluso la celebró “la gente invisible” del penal de la
vergüenza. Sin embargo, y según este abogado y profesor, el presidente
demócrata se ha atrevido a ir más allá que el republicano.
“Obama no sólo ha
incumplido su promesas, sino que ha mantenido las políticas de Bush y las ha
expandido al hacerlas permanentes. Ha dado sentido de normalidad a medidas que
se supone que eran excepcionales”.
En esta línea, remarca, el presidente rubricó el primer día del año la
acta de autorización de defensa nacional. Esta medida permite, entre otras, la
detención, sin juicio, de supuesto sospechosos de pertenecer a Alqaeda o
aliados. Esta autorización refuerza la aprobada después del 11-S.
Amnistía Internacional ha
elaborado un documento para el décimo aniversario de Guantánamo cuyo título
evidencia la denuncia: Una década de daño. No habían pasado ni dos meses de la
orden de George W. Bush cuandop sus asesores le presentaron “la localización
apropiada” para mantener encerrados a los detenidos en la guerra contra el
terror.
Allí enviaron a todos
aquellos -algunos después de pasar por otro lugar para la infami a: Bagram, en
Afganistán- que el Gobierno calificó como “lo peor de entre lo peor”. No tenían
nombre. Simplemente se les consideraba “enemigos combatientes”.
A ninguno se le
dio la oportunidad de defenderse. Los soldados estadounidenses capturaron a un
porcentaje mínimo. La mayoría acabó detenida por chivatazos de lugareños, que
recibieron una gratificación económica.
Tuvieron que pasar dos años
para que, previa orden del Tribunal Supremo, se les reconociera el derecho a
recibir la atención de un abogado. Los “encarcelamientos ejecutivos” de Bush no
podían impedir la asistencia jurídica. El conflicto no acabó ahí,Washington
prosiguió pleiteando para tratar de cerrar esa puerta.
El máximo tribunal zanjó
el asunto en el 2008.
Pese a esa victoria, los detenidos han seguido residiendo en un limbo legal.
Obama hizo campaña en contra del penal y el propio Bush empezó a ver las cosas
de otra manera con el tiempo.
En sus memorias, publicadas
en el 2010, defiende la apertura del presidio en Guantánamo. Pero matiza que,
al iniciar su segundo mandato en el 2005, comprendió que “se había convertido
en un arma de propaganda para los enemigos y una distracción para los aliados”.
Su apuesta era la de encontrar la mejor manera que condujera a su cierre.
Guantánamo continúa y como
reconoce Ramzi, “no se vislumbra el final”. Obama ha incumplido su promesa.
Fracasó en su intentó -porque se lo bloqueó el Congreso- de trasladar a los
detenidos a territorios estadounidense. Ni siquiera ha logrado que el
autoproclamado cerebro del ataque a las Torres Gemelas, Jalid Sheij Mohamed,
sea juzgado por un tribunal civil en Nueva York.
“La administración Obama
dice que no es por su culpa, que si los republicanos, que si esto, que si lo
otro. pero el problema es Obama, que debería llevar a esas personas a juicio a
liberarlas”, sostiene Leili Kashani, del Center for Constitucional Rights. “Es
inaceptable -proclama-, como lo es que haya incrementado el bombardeo con los
drones”.
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