Ser locutor no es tan fácil como quizás muchos piensan. No es solo pronunciar frases elegantes y agradables frente al micrófono. No es solo tener un aceptable timbre de voz y una correcta pronunciación. Es mucho más. Es en primera instancia romper la barrera del miedo escénico, ese que te comprime el pecho, que te produce palpitaciones, y muchas veces falta de aire, el que te pone las manos temblorosas y sequedad en la cabidad bucal.
Es una profesión que no conlleva a esfuerzos físicos extraordinarios, pero sí de gigantes empeños intelectuales, emocionales, que requiere de habilidades, de superación constante y de mucha vocación.
El locutor es esa persona, hombre o mujer, que siempre muestra un carácter afable y sonriente, que sabe imponerse a las dificultades por mayores que sean las adversidades, que sabe dominar el timbre de su voz en dependencia de la circunstancia, poseedor de un arte especial hacer gala de la improvisación cuando las condiciones lo exijan.
Es esa persona que al penetrar a la cabina o al set televisivo, deja a un lado los problemas personales o familiares para transmitir un mensaje con profesionalidad, es quien sabe disimular la risa que pueda provocar un incidente, o contraer un sentimiento, retener una lágrima, o salvar un imprevisto error.
Es dominar las técnicas de la profesión, es saber moderar las exageraciones, interpretar un libreto o un complejo guión, es saber descodificar una simple señal que le trasmita el director del espacio o el operador de sonido, cuando apenas se le guiña un ojo o le cierra el puño de su mano.. Es mucho más, es saber diferenciar una cabina radial de un escenario público, es conocer la intensidad de su voz y la distancia a que debe colocarse ante un micrófono.
Un locutor es un señor profesional, cualquiera no puede ser locutor, cuando se pretenda respetar una posición tan privilegiada que llega con su mensaje al cercano o lejano paraje, a la fábrica, a la campiña y hasta penetra en los hogares a cualquier hora del día, llegar incluso a ser acompañante en las más privadas habitaciones.
Yo quise ser locutor, era un sueño que tenía desde niño. Tuve entonces la oportunidad de acercarme a verdaderos profesionales de la palabra. Me inculcaron técnicas, los acompañaba en transmisiones de control remoto, me decían, quizás para animarme, que mi voz era radial. Trataba de cumplir sus recomendaciones, pero las manos no me dejaban de sudar... y de temblar.
En cierta ocasión fui, en mi condición de periodista a un grandioso acto político que tenía por sede el estadio de pelota de la ciudad. Ese día era, sin imaginármelo, la prueba de bautizo. Ya a punto de comenzar el acto, el locutor previsto se enferma y no había otra alternativa que apelar a un sustituto no previsto. La primera persona más cercana a la radio, era yo, y a mi se acercaron con un libreto "kilométrico", y sin apenas leerlo me vi en la obligación de escalar la tribuna.
Nadie sabía que un primerizo iba a enfrentar aquella dramática situación. Un fuerte aplauzo estremeció el graderio, quizás pensando en que sería un cantante. Era el locutor.
Les aseguro de que pasé por todas esas cosas que les narré anteriormente y desde entonces, respeto mucho a los profesionales de la palabra, porque , es cierto, la locución se lleva en la sangre.
Leonel Iparraguirre González
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