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domingo, 2 de febrero de 2014

Un flagelo latente: el mal del olvido

Por Karina Marrón González

“Ha sido un excelente compañero, nunca nadie ha sido tan entregado como él a las tareas que se les han encomendado. Es ejemplo de revolucionario, de sacrificio, sencillez…” Todas esas cosas las escuché decir en la despedida de alguien a quien luego ni se acordaron de invitar a un  evento importante.

Y de esos olvidos hay muchos a diario. Se retiró, dejó de ser jefe de…, han pasado muchos años desde sus glorias; sea cual sea la causa, nio hay justificación para la ingratitud, porque echar al abandono a quien nos ha servido bien, no puede llamarse de otra manera.

Es cierto que la modestia es una cualidad digna de elogio, por eso desconfío de los que se alaban constantemente y pretenden reverencias solo porque una vez hicieron algo; creo que quizás por eso  me duelen tanto los desaires a ls otros, lo que sin alardes, sin pedir nada a cambio, lo dieron todo en un centro laboral, en el deporte, la cultura, e incluso en la lucha por conseguir un Primero de Enero.



NO suelen ser personas que pidan reconocimientos aunque lo merezcan, pero también tienen necesidades, a veces tan simples como ser escuchados o compartir lo que saben, y sin embargo, no nos damos el tiempo para atenderlas.

NO creo que esos olvidos sea solo responsabilidad del “gobierno” como dicen algunos, aún cuando está claro que debe existir una voluntad de destinar recursos para retribuirlos aportes diferenciados de algunos hombres a la construcción de esta sociedad, más suele suceder que la falta de memoria viene de los individuos, pues cómo entender entonces que hay incluso funcionarios cuyo trabajo es justamente atender a estas personas, y no lo hagan. Gente que acaso no piensa en la tristeza que causan sus actitudes y como estas defraudan y laceran, no solo a uno, sino a todos alrededor.

Falta cortesía, tacto y respeto tanto para los protagonistas como para sus familias; es doloroso ver también como después  que ha muerto aquel con el cual se tenían algunas  atenciones, se olvida  a quienes deja atrás, mostrando que más que agradecimiento o cariño, se hacía todo por obligación.

Hace tiempo un trabajo periodístico  llevó a un colega hasta las puertas de los familiares de un revolucionario cuyo nombre lleva un reparto de la ciudad de Holguín y sin embargo pocos conocían cómo fue su corta vida, que entregó por la libertad definitiva de este país.

También me asombré al descubrir que cerca de casa tengo a dos guerrilleros de la Sierra y una señora que se volvió maga en la clandestinidad para ayudar a los rebeldes allá por 1958. Me habría encantado que mis profesores, en lugar de mandarme a leer un libro o intentar contarme lo que éstos dicen, me hubieses llevado frente a esas personas para vivir con sus anécdotas el frío de las noches de campaña o las tensiones de los que conspiran.

La Asociación de Combatientes tiene una gran responsabilidad en que no ocurran estos olvidos, pero también la sociedad, porque hay muchas maneras de ser héroes y a todos les debemos respeto.

“Un árbol crece bien cuando se cuidan bien sus raíces”, es na frase que escuché a  alguien hace  tiempo y  que me encanta. Tendríamos que pensar más en ello y anotar en agendas con tinta indeleble para no pecar por ingratos y  también para reconocernos, para saber de dónde venimos y hacia donde vamos.

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