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sábado, 30 de noviembre de 2019

A propósito del Día del Locutor: Cuando la locución se lleva en la sangre

                               
Ser locutor  no es tan fácil como quizás muchos piensan. No es solo pronunciar frases  elegantes y agradables frente  al micrófono. No es solo tener un aceptable timbre de voz y  una correcta pronunciación. Es mucho más. Es en primera instancia romper la barrera del miedo escénico, ese que te comprime  el pecho, que te produce palpitaciones, y muchas veces falta de aire, el que te pone  las manos temblorosas y sequedad en la cabidad  bucal.

Es  una  profesión que no conlleva a esfuerzos físicos extraordinarios, pero sí de gigantes empeños intelectuales, emocionales, que requiere de habilidades, de superación constante y  de mucha  vocación.

El locutor es  esa persona, hombre o mujer, que siempre muestra un carácter afable y sonriente, que  sabe imponerse a las dificultades por mayores que sean las adversidades, que sabe dominar el timbre de su voz en dependencia de la circunstancia,  poseedor de un arte  especial hacer  gala  de la improvisación cuando las condiciones lo exijan.

Es  esa persona que al penetrar a la cabina o al set televisivo, deja a un lado los problemas personales o familiares para transmitir  un mensaje con profesionalidad, es quien sabe disimular la risa que pueda provocar un incidente,  o contraer un sentimiento, retener una lágrima, o salvar un imprevisto error.

Es dominar las técnicas de la profesión, es saber moderar las exageraciones, interpretar un libreto o un complejo guión, es saber descodificar una simple señal que  le trasmita el director del espacio o el operador de sonido, cuando apenas se le  guiña  un ojo o le cierra el puño de su  mano.. Es  mucho más, es  saber diferenciar una cabina radial de un escenario público, es conocer la intensidad  de su voz y la distancia a  que debe colocarse ante un micrófono.

Un locutor es un señor profesional, cualquiera  no puede ser locutor, cuando se pretenda respetar una posición  tan privilegiada que llega  con su mensaje al cercano o lejano paraje, a la fábrica, a la campiña y  hasta penetra en los hogares a cualquier hora del día, llegar incluso a ser acompañante en las más privadas habitaciones.

Yo quise ser locutor, era  un sueño que tenía desde niño. Tuve entonces la oportunidad de acercarme a verdaderos profesionales  de la palabra. Me inculcaron técnicas, los acompañaba en transmisiones de control remoto, me decían, quizás para animarme, que mi voz era radial. Trataba de cumplir  sus recomendaciones, pero las manos no me dejaban de sudar... y de temblar.

En cierta ocasión fui, en mi condición de periodista a un grandioso acto político que tenía por sede el estadio de pelota de la ciudad. Ese día era, sin imaginármelo, la prueba de bautizo. Ya a punto de comenzar el acto, el locutor previsto se enferma y no había otra alternativa que apelar a un sustituto no previsto. La primera persona más cercana a la radio,  era yo,  y a mi se acercaron con un libreto "kilométrico", y sin apenas leerlo me  vi en la obligación de escalar la tribuna.

Nadie  sabía que un primerizo iba a enfrentar  aquella dramática situación. Un fuerte aplauzo estremeció el graderio, quizás pensando en que sería un cantante. Era el locutor.

Les aseguro de que pasé por todas esas  cosas que  les narré anteriormente y  desde entonces, respeto mucho a los profesionales de la palabra, porque , es cierto, la locución se lleva en la sangre.

Leonel Iparraguirre González




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