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martes, 29 de abril de 2014

Ceguera en el capitolio de Washington: pornografía en la sede del Congreso

Un nuevo escándalo recorre Washington, la distribución de pornografía en la sede de su Congreso.

Lo más grave es que ello tiene lugar desde hace más de 30 años  a la vista de sus legisladores, funcionarios y empleados.

Así lo informó el pasado viernes la agencia noticiosa alemana DPA, que a su vez citó como fuente a la revista mensual porno “Hustler”.

Quienes reciben esos materiales se justifican alegando que es difícil hacer diferencias entre sobres comunes destinados a integrantes del Capitolio.



Pero la situación se torna embarazosa cuando, como subrayó ahora la publicación National Journal, desde hace más de tres décadas a esas oficinas llega la revista porno “Hustler”.

Según Journal, su director, Larry Flint, todos los meses envía un ejemplar  a cada uno de los 535 integrantes del Congreso.

Para hacerla llegar, Flint emplea un sencillo y tradicional recurso, coloca la publicación en un sobre y la remite por correo a esa institución.

Le toca abrirlo a personal auxiliar de los legisladores y en esas oficinas –narran testigos- ya es “una gracia” ver la cara del empleado cuando se halla con la inusual publicación.

Observadores recuerdan que en Estados Unidos existen disposiciones jurídicas que impiden eliminar la presencia de una revista porno en el Capitolio.

En mil novecientos ochenta y cuatro, luego de recibir numerosas quejas al respecto, el Servicio de Correos acudió a la Justicia para bloquear los envíos de ese medio.

Sin embargo, dos años más tarde el fallo judicial dio la razón a la publicación porno Hustler y le abrió de nuevo las puertas del Congreso.

Muy significativa la opinión del “Rey del Porno”, el señor Larry Flint, acérrimo defensor de garantizar lo que denomina la libertad de expresión en Estados Unidos.

Según él, lo revelado ahora en el Capitolio demuestra  que se consagra ese tipo de libertad y la necesidad de protegerla. 

El National Journal indicó esta semana que, al no poder frenar el arribo de esa publicación porno  a las referidas oficinas parlamentarias, algunos han optado allí por una solución cómoda, ignorarlas.

Un funcionario legislativo no identificado confesó al Journal: “espero a ver el gesto de horror en sus caras cuando abren el sobre en una oficina del Congreso”.

Otra fuente explicó que en una oportunidad, de manera festiva, le regalaron 12 ejemplares (un año) de Hustler a una colega.

El mismo National Journal aclaró que la muchacha, a su vez, los hizo llegar a su novio, acantonado en Iraq.

“Ciertamente –ironizó el Journal- una de las formas menos publicitadas en que esta oficina apoya a nuestras tropas”.

Hasta aquí, el Congreso de Estados Unidos había sido testigo de casos muy adversos a su teórica misión histórica.
Entre ellos, de corrupción monetaria electoral, tráfico de influencias, escándalos por trifulcas entre figuras políticas y otras villanías, pero quizás no estaban todos.

Acaba de hacer explosión otro: la sistemática presencia durante años de pornografía en tan solemne recinto.

Duro porrazo a sus machaconas lecciones sobre democracia enfiladas hacia tantos en el mundo, y en particular contra Cuba y Venezuela.

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